Emociones, psicología y bolsa

En clave de humor, el gráfico nos muestra todos los errores psicológicos y emocionales que cometerá un inversor poco afortunado.

En clave de humor, el gráfico nos muestra todos los errores psicológicos y emocionales que cometerá un inversor poco afortunado.

No puedo empezar este artículo sin poner como ejemplo un gráfico humorístico que me hizo llorar literalmente de risa la primera vez que lo miré. El gráfico muestra claramente el comportamiento de un inversor poco exitoso, afectado por las emociones en sus decisiones de inversión y atrapado por todas las trampas psicológicas que el mercado va poniendo en nuestro camino.

Me hubiera encantado citar al autor original de dicho gráfico pero, por mucho que he investigado, no he sido capaz de dar con la fuente original. Eso, unido a que lo he visto en distintos idiomas, con leves modificaciones, etc. hace muy difícil saber quién fue su inventor. Si alguien conoce al autor estaré encantado que me lo hagáis saber para citarlo porque no tiene desperdicio el gráfico.

Me gustó tanto que me dí el placer de maquetarlo a tamaño A4 para poder imprimirlo y colgarlo de forma que me recuerde día a día los errores en los que no debo caer. Si alguien quiere imprimírselo, al final del artículo os doy la oportunidad de descargarlo en PDF.

Hoy voy a hablar de la grandísima y enorme influencia que pueden llegar a tener las emociones y la psicología en nuestras inversiones bursátiles.

El primer gran error de muchos inversores es el de no seguir las tendencias. En bolsa debemos valorar nuestras apuestas considerando los movimientos del resto de inversores, porque nada garantiza que las mejores acciones (por sus fundamentales) sean las más rápidas en revalorizarse. Solamente ganaremos dinero si seguimos las tendencias o adivinamos qué acciones cree el resto de la gente que van a subir, poniéndonos en el lugar de todos los demás a la vez.

Diversas teorías han demostrado la existencia de factores psicológicos que influyen en el comportamiento del inversor, generando burbujas especulativas o grandes crisis de pánico en los mercados, avalando la teoría de que ni los inversores individuales, ni los mercados son completamente racionales.

Siempre me ha llamado la atención que los inversores prefieren evitar las pérdidas en lugar de generar ganancias adicionales. Dicho de otra forma: les duele más una pérdida que un beneficio equivalente. Así, un individuo prefiere no perder 100 euros antes que ganar 100 euros, lo cual supone una asimetría en la toma de decisiones.

En materia de ganancias, somos adversos al riesgo, preferimos “pájaro en mano que ciento volando”, mientras que, por el contrario, en materia de pérdidas estamos dispuestos a asumir más riesgos con el propósito de evitar las pérdidas, y nos decimos “de perdidos al río”.

Los inversores se muestran más inclinados en reafirmar su compromiso hacia una decisión de inversión si están en pérdidas, dado el dinero ya invertido. Los inversores tienen una tendencia natural a mantener las acciones en pérdidas y en ocasiones refuerzan la posición equivocada, con la idea de recuperar estas pérdidas si la tendencia cambia al ir bajando el precio medio de compra, incrementándose el riesgo que están asumiendo y aumentando la probabilidad de que las pérdidas se incrementen hasta arruinarle.

Diversos estudios que he encontrado navegando por Internet demuestran los efectos de esa asimétrica aversión al riesgo entre ganancias y pérdidas. Son concluyentes: Se mantienen más tiempo en las carteras las acciones en negativo para no aflorar las pérdidas y se venden demasiado pronto las acciones con ganancias, perdiendo mejores futuros recorridos.

Quizá el meollo de la cuestión esté en que los inversores suelen tomar decisiones en relación a un nivel de referencia erróneo o equivocado. Muchas veces la lógica y las matemáticas nos engañan sin que nos demos cuenta por no perder el tiempo en hacer cálculos. La psicología del inversor tiende a pensar poco y no profundizar en los cálculos.

Voy a poner un ejemplo práctico haciéndote una pregunta: ¿Qué grosor tendría una hoja de papel de 0,1 milímetros que hubiéramos conseguido doblar 100 veces?

Una inmensa cantidad de personas sólo se fijan en el minúsculo tamaño del papel y la lógica les dice que poco puede medir un papel tan fino por mucho que lo doblemos. Muchos responderán: ¿un centímetro? ¿diez centímetros?

La mayoría de la gente subestima el poder del crecimiento exponencial: en general comienzan estimando el grosor del papel doblándolo unas cuantas veces y partiendo de ese nivel de referencia, extrapolan ese número multiplicándolo por un factor que subestimará el resultado.

La respuesta dejará alucinado a más de uno: 0,1 mm x 2^100  nos da una distancia de, aproximadamente, 845 mil millones la distancia de la tierra al sol.

Está demostrado que los inversores suelen tomar sus decisiones en relación a un “nivel de referencia” arbitrario, estimando y percibiendo las ganancias o pérdidas respecto a dicho punto de partida. Adicionalmente, este nivel de referencia que determina la percepción de las ganancias o pérdidas varía en el tiempo en función de la evolución en el mercado.

Por ejemplo, los inversores que compraron BBVA a 10 euros en 2005 y han visto como la acción llegó a valer por encima de 15 euros en el 2007, cuando tras la crisis bajó por debajo de 5 euros, “sufren mentalmente” una pérdida del 300%, en lugar del 20% real.

El exceso de confianza es otro de los talones de Aquiles del inversor. Los inversores tienen demasiada confianza en sus propios juicios y tienden a exagerar sus capacidades y esperar que el resultado derivado de sus actuaciones será positivo, lo que les lleva a tener una mayor confianza en su propia percepción de la realidad que en el funcionamiento real de los mercados y les lleva a errores en sus estimaciones de probabilidades.

Otro gran error de los inversores es la forma de plantearse las inversiones, lo que se conoce como “sesgos de planteamiento”. Voy a poner otro ejemplo: Se sometió a dos grupos de médicos a una prueba sobre el papel para que recomendaran, o no, una operación delicada a un paciente.

A una mitad de ellos se les preguntó: ¿Recomendaría una operación que en los cinco años siguientes ofreciera una tasa de mortalidad del 7%? La mayoría dudaron en recomendarla.

A la otra mitad se les preguntó: ¿Recomendaría una operación que ofreciera en los próximos cinco años una tasa de supervivencia del 93%? La mayoría se mostraron inclinados a recomendarla.

¿Acaso las dos preguntas no son equivalentes? ¿Qué les diferencia? Obviamente, los porcentajes nos ciegan y 93% parece mucho mejor que 7% cuando en el fondo la pregunta es igual pero expresada de forma diferente. La realidad está en ver que 93% +7 % = 100%, pero si nos ocultan una cantidad, dependiendo de cómo nos hagan la pregunta, puede parecer bueno o malo.

Otro problema muy común en los inversores es el exceso de optimismo. Los inversores creen que los activos financieros en los que están invirtiendo, y precisamente esos, van a ser los que mejor se comporten en las bolsas, y que la tendencia siempre será alcista tras haber comprado ellos. Su optimismo produce una sobreestimación del beneficio a generar con cualquier decisión de inversión y ello les afecta con respecto a mantener posiciones en el mercado ante la expectativa de mejora continua aunque haya cambiado la tendencia del mercado.

El exceso de confianza, unido a una perseverancia en sus creencias, puede convertirse en un coctel explosivo que les lleve a la ruina. Los inversores una vez que toman una decisión son reacios a cambiarla, ya que desconfían de los nuevos datos, otorgándoles un peso más pequeño en sus procesos de decisión que el peso otorgado a las primeras observaciones. De hecho, incluso llegan a interpretar cualquier información adicional de tal modo, que confirme sus expectativas. Tan sólo escuchan aquellas opiniones que reafirmen sus decisiones, las demás opiniones son descartadas automáticamente sin analizar si se oculta algo de razón en ellas.

Otro gran error suele ocurrir cuando los inversores se “enamoran” de un determinado valor, es decir, que mantienen la inversión simplemente porque la venta implicaría un cambio, una nueva decisión de inversión. Prefieren mantener la inversión porque se encuentran más a gusto con valores que ya conocen, porque les resultan más “familiares o cercanos”.

Otros inversores atribuyen una probabilidad mayor que la real a sucesos poco comunes o casuales si han ocurrido recientemente. De este modo, muchos inversores particulares invierten basando sus decisiones en la evolución pasada. Compran la acción que se comportó positivamente en los últimos años y reniegan de los valores que peor comportamiento tuvieron.

Está comprobado que, tanto en acciones como en fondos de inversión, hay entradas de dinero muy fuertes en las acciones y fondos que mejor comportamiento tuvieron el año anterior. Se olvida eso de “rentabilidades pasadas no garantizan rentabilidades futuras” cuando la realidad es que hay una alta probabilidad de que los tipos de activos que peor comportamiento tuvieron un año, deparen mejores rentabilidades al ejercicio siguiente.

Por último está la psicología de las multitudes y el efecto rebaño. Las multitudes no razonan ni actúan como los individuos que las forman. Un grupo formado en su mayor parte por gente que normalmente y por sí misma jamás se creería capaz de manejar su cartera de forma irracional, puede llegar a actuar de tal manera cuando los dos principales sentimientos, el miedo a perder (pesimismo) y la avaricia por ganar (optimismo) se apodera de los individuos.

Un individuo que se vea expuesto a un grupo de agentes que siguen un comportamiento de rebaño que no responde a variables objetivas, que actúan irracionalmente, puede actuar racionalmente uniéndose al grupo. El comportamiento del individuo y su respuesta serán perfectamente racionales, aunque la decisión del grupo sea irracional.

El comportamiento de rebaño, o de imitación de la “masa”, de la multitud, es particularmente importante en las burbujas económicas y, en particular, en las crisis financieras. Los comportamientos suelen ser similares. Siempre se olvidan las pasadas burbujas y la euforia acaba llegando al mercado, subiendo los precios en un efecto de imitación, perdiéndose la razón. Cuando se recupera ya es tarde, la burbuja ya ha saltado y todo el mundo quiere vender, también por imitación, ampliándose el movimiento.

Espero que, a partir de ahora, antes de invertir te preguntes si estás controlando tus emociones y si estás cayendo en alguna trampa psicológica de esas que son el padre nuestro de cada día en los mercados bursátiles.

Yo intento recordármelo todos los días mirando el gráfico que te ponía al principio, que tengo impreso y colgado junto a la pantalla del ordenador.

Si lo quieres, lo único que tienes que hacer es descargarte el PDF para imprimirlo. Espero que te resulte de utilidad recordar el gráfico en tus futuras inversiones.